Nazis en Twitter

02/Jun/2016

AM (México)- Por Jonathan Weisman (The New York Times)

Nazis en Twitter

El primer tuit llegó como un mensaje en clave, una señal para el ejército de la “derecha alternativa” cuya existencia yo apenas conocía: “Hola ((Weisman))”. Esa fue la respuesta que dio @CyberTrump a mi tuit sobre un ensayo de Robert Kagan acerca del surgimiento del fascismo en los Estados Unidos.
“¿Te importaría explicarme?”, le respondí, intuyendo que mi apellido entre paréntesis denotaba mi fe judía.
“¿Qué? La tan cacareada inteligencia askenazi, jaja”, repuso CyberTrump. “Es un silbato para perros, tonto, Le estoy poniendo el cascabel al gato para beneficio de los gentiles como yo.” Y una vez que el gato tuvo puesto el cascabel, las hordas se desataron.
Desde entonces no se ha detenido el odio antisemita, en buena medida procedente de quienes se identifican como simpatizantes de Donald Trump. Trump, el emperador dios me envió la iconografía nazi del judío perezoso con nariz de gancho. Me enviaron una imagen del portón de Auschwitz, con la famosa frase “Arbeit Macht Frei” (El trabajo libera) cambiada sin pizca de ironía por “Machen Amerika Great”, un alemán macarrónico que recuerda el lema de Trump. Después de las burlas por el holocausto, como un sendero de billetes que lleva a un horno crematorio, vino la afirmación de que el holocausto jamás ocurrió. El judío como titiritero izquierdista de @DonaldTrumpLA venía acompañado por el judío conservador quintacolumnista, orquestando la guerra a nombre de Israel. Eso vino de alguien que se presentaba como orgulloso futuro miembro del Escuadrón de Deportación de Trump.
Las imágenes que mis torturadores presentaban de mí, como un judío ortodoxo de sombrero de ala ancha y atuendo jasídico, por supuesto, eran risibles. La verdad es que, con el paso de los años, yo me he desconectado mucho de la vida y de la fe judías y, al igual que muchos judíos estadounidenses, he encontrado paz en esta complacencia. Nuestros políticos se han dispersado entre los partidos. Nuestros correligionarios aparecen en la pantalla de los cines, dirigen las ciudades de Los Ángeles y de Chicago, tienen éxito sin disculparse pero también luchan como cualquier otro.
Una chica judía de 17 años de edad, inflamada por el movimiento Las Vidas Negras Cuentan y la causa de los derechos gais, recientemente me dijo que no existe el antisemitismo, o que ciertamente no es nada en comparación con los prejuicios que afligen a otras minorías. Yo me sorprendí al darme cuenta de que sus palabras me habían hecho retroceder y alegar apasionadamente que los judíos nunca deben de pensar que se ha erradicado el antisemitismo. Sonaba a mi madre.
Y unas cuantas semanas después me encontré mirando una página de redes sociales llena del odio crudo y de los lugares comunes antisemitas que por siglos han alimentado las expulsiones, persecuciones, pogromos y, finalmente, el genocidio.
“Encontré la menorá que andabas buscando”, aseguró un corresponsal cuyo perfil en Twitter tenía el fondo de un Trump triunfante; era un candelabro formado por el número seis millones. Otro que se hacía llamar Old Grand Dad alegremente ofrecía una imagen patriótica de Trump en atuendo colonial, sosteniendo la Campana de la Libertad y luchando “contra las hordas extranjeras”, con caricaturas del judío, el indígena, el mexicano, el chino y el irlandés acobardados a sus pies.
No soy el primer periodista judío que experimenta este tipo de ataques. Julia Ioffe fue presentada en las redes sociales con el atuendo de los campos de concentración y le fue peor cuando los simpatizantes de Trump se sintieron ofendidos por el perfil que publicó de Melania Trump en GQ Magazine. La posible futura primera dama le dijo después a un entrevistador que Ioffe lo había provocado. El odio antisemita lanzado contra la comentarista conservadora Bethany Mandel la obligó a adquirir un arma.
Fuera del campo del periodismo también se están acumulando las historias de musulmanes agredidos por los simpatizantes de Trump. Los inmigrantes hispanos están haciendo cola para obtener la ciudadanía, ansiosos por votar en contra de Trump. Los grupos que han sido maltratados a lo largo de los siglos, en diferentes épocas y lugares, ahora tienen a un torturador en común, la derecha alternativa: una aglomeración militante de nacionalistas blancos, racistas, antisemitas y chovinistas que desde hace tiempo habían estado librando la guerra contra el establecimiento republicano. Su objetivo es cerrar las fronteras, deportar a los inmigrantes ilegales, retirarse de todo compromiso internacional e izar el puente levadizo.
Yo retrasmití algunos de los ataques que recibí para que todos los vieran y, en cada ocasión, vinieron más ataques pues sus autores buscaban alegremente la difusión. Algunas personas me criticaron por brindársela, pero yo alegué, quizá equivocadamente, que ese odio necesitaba ventilarse, que los estadounidenses necesitaban ver las corrientes más oscuras de la política de exclusión que anima esta campaña presidencial.
Un funcionario de Twitter me invitó a bloquear a los antisemitas y a reportarles a la administración de la empresa. Pero yo decidí preservar mi página en Twitter como una herramienta de investigación, por así decirlo, una base de datos del odio y una capilla del año 2016. La única respuesta que bloqueé y que reporté a Twitter fue una foto de mi cabeza sin cuerpo, con largos bucles ortodoxos, llamados payot, montados en las patillas con Photoshop y un solideo como corona. Pero dejé la imagen de un Trump sonriente en uniforme nazi abriendo la llave del gas de una cámara en la que estaba fotomontado mi rostro.
“Gracias a @jonathanweisman por mostrarles a por lo menos 1.5K ‘normales’ la dura realidad, retuiteando material de primera calidad. El epítome de un idiota útil”, respondió un torturador, cuyo nombre en Twitter es demasiado vulgar para repetirlo, aun si quisiera hacerlo. Pero quizá tenga razón.
Y a pesar de todo, no hemos escuchado nada de Trump en el sentido de criticar o rechazar en términos generales los apoyos racistas y antisemitas, y mucho menos, expresiones de simpatía por las víctimas. La Coalición Judía Republicana emitió el martes pasado lo que solo puede considerarse como la ambigüedad elevada a la categoría de arte: “Detestamos todo maltrato de periodistas, comentaristas y escritores, por parte de simpatizantes ya sean de Sanders, Clinton o Trump. No hay lugar para nada de eso en ninguna campaña.”
Sheldon Adelson, quizá el donador judío más generoso para las causas republicanas, no solo apoya a Trump sino que exhorta a los judíos a que cierren filas en su torno.
“Yo no responsabilizo a los líderes negros por el odio que he visto en el movimiento Las Vidas Negras Cuentan, ni a los liberales por los mensajes del movimiento Ocupemos Wall Street”, me comentó Ari Fleischer, secretario de prensa durante la presidencia de George W. Bush y destacado republicano judío.
Tengo entendido que Trump tiene un yerno que es judío ortodoxo y que su hija se convirtió a la religión de su marido. Trump ha presumido a sus nietos judíos. Empero, cuando veo tuits de Trump como el mensaje de 2013 que resurgió el lunes, en el que asegura que “yo soy mucho más inteligente que Jonathan Leibowitz … quiero decir, Jon Stewart”, no puedo dejar de pensar que le está poniendo el cascabel al gato.
La derecha alternativa ha encontrado en Trump un recipiente para su causa que, aunque imperfecto, ha servido para que viertan en él toda su rabia sin ningún impedimento. Al parecer, Trump recibe a todos los que lleguen.
A los que estamos en el negocio de la información nos enseñan a buscar y a hablar de los dos lados de la nota, dedicándoles respeto y el mismo tiempo a todas las opiniones. Pero es difícil caminar por esa cuerda floja cuando uno de los lados nos empuja por la espalda. En la revista The New Yorker de esta semana, Adam Gopnik, citando a Alexander Pope, se pregunta: “¿Es que ya no hay blanco o negro?”
Y responde: “El dolor de no ver rápidamente que lo negro es negro será nuestro y el momento de reconocerlo es ahora mismo.”